Uno de los anhelos de
las sociedades actuales es ver realizado el ideal de un mundo mejor para todos,
donde se reduzca al mínimo la pobreza y todas las personas puedan llevar una
vida digna. Este deseo, lleno de bondad en su esencia, se ha materializado en
los discursos y planes de gobierno de muchos países, bajo una bandera que
parece simbolizarlo bastante bien: la Justicia Social. Tanto es así, que la
Organización de las Naciones Unidas decretó el 20 de febrero como el Día
Internacional de la Justicia Social, con el fin de promover los Objetivos de
Desarrollo del Milenio planteados en el año 2000.
Resulta importante destacar que
el término Justicia Social fue acuñado en primer lugar por el sacerdote jesuita
Luigi Taparelli en el siglo XIX, a quien se le reconoce como uno de los
fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia. Posteriormente, este término se
fue popularizando hasta convertirse en uno de los lugares comunes de los
movimientos de izquierda, por parte de los partidos socialistas, socialdemócratas
y por la propia Iglesia Católica y los partidos socialcristianos.
Quizás una de los mejores
argumentos que explican el principio de la Justicia Social se encuentra en la
Doctrina Social de la Iglesia:
"Dios
ha destinado la tierra y sus bienes en beneficio de todos. Esto significa que
cada persona debería tener acceso al nivel de bienestar necesario para su pleno
desarrollo. Este principio tiene que ser puesto en práctica según los
diferentes contextos sociales y culturales y no significa que todo está a
disposición de todos. El derecho de uso de los bienes de la tierra es necesario
que se ejercite de una forma equitativa y ordenada, según un específico orden
jurídico. Este principio tampoco excluye el derecho a la propiedad privada. No
obstante, es importante no perder de vista el hecho de que la propiedad sólo es
un medio, no un fin en sí misma." (Compendio de DSI, 171-84)
De este planteamiento se pueden
extraer dos aspectos distintivos de la idea de Justicia Social por parte de la
Iglesia Católica. El primero es que todos los seres humanos, sin distinción,
son dignos de disfrutar de los bienes de la tierra, y que deberían tener a su
disposición la posibilidad de disfrutar de las garantías para su pleno
desarrollo como personas y, por tanto, de los medios para conseguirlo. Pero, en
segundo lugar, no excluye el derecho a la propiedad privada (aunque lo limita)
y se diferencia así de la visión de la izquierda radical, ya que se encuentra
con la piedra de los mandamientos del "no robarás" y "no codiciarás
los bienes ajenos".
Pero existe un tercer aspecto que
resulta clave para entender por qué los movimientos de izquierda son los
principales exponentes de la Justicia Social. Ello radica en el argumento que
atribuye la creciente desigualdad social al sistema capitalista, el cual lo
catalogan como enemigo del ideal en cuestión. La desigualdad social, dicen, es
motivo de descontento por parte de los sectores menos privilegiados, y este
descontento se materializa en el anhelo de lograr la Justicia Social.
He aquí un cambio fundamental. Si
bien la Justicia Social se concibe como un anhelo de condiciones de vida digna
para todos, a su vez pretende una eliminación de la brecha entre las personas
más adineradas y el resto de los individuos con menores recursos. Ello se debe a
una falsa concepción de la economía como un Juego de Suma Cero. Según esta
visión, las personas ricas lo son únicamente a expensas de los pobres, quienes
alegan que están siendo explotados. Por esta razón, la Justicia Social encarna
una función de redistribución de la riqueza, a través de la cual se le quitaría
a los ricos para lograr el bienestar en las condiciones de vida de los pobres.
Se plantea entonces la siguiente
pregunta: ¿Combatir la pobreza es lo mismo que combatir la desigualdad? Sin
duda, cualquier persona que haya tenido un acercamiento a la idea de creación
de riqueza podrá inferir que algo no cuadra. Si la riqueza puede crearse,
entonces no es una cuestión de quitarle a unos para darle a otros, sino que una
persona puede llegar a adquirir riqueza sin haberle quitado a otra persona algo
que no tenía en primer lugar. Así, cuando un emprendedor monta un negocio con
su propio esfuerzo y con el fruto de su trabajo, no le tuvo que robar el
negocio a otro comerciante. Al contrario, este emprendedor exitoso ahora
obtiene su riqueza cuando satisface las demandas de sus consumidores, al
proveerlos de un beneficio al que antes no tenían acceso. De esta forma, las
personas están dispuestas a pagarle al comerciante una suma de dinero a cambio
del servicio que les ofrece; y, siendo un intercambio libre y voluntario, ambas
partes ganan. Este hecho explica claramente la idea de que la economía no es un
Juego de Suma Cero, y que pueden formarse relaciones ganar-ganar donde ambas
partes son más ricas que antes: el comerciante gana dinero y los consumidores
ganan un servicio que antes no disponían y por el cual están dispuestos a
pagar. El mismo ejemplo podría plantearse con los trabajadores de este nuevo
negocio, que ahora tienen acceso a un nuevo empleo cuando antes no existía, y
están dispuestos a trabajar para ganar un salario que les aporta mayores
beneficios que la actividad que ejercían anteriormente.
Al ser así ¿Qué importa que unos
se hagan mucho más ricos que otros cuando, al mismo tiempo, les proveen a las
demás personas de los medios para incrementar su calidad de vida, sin haberles
quitado nada previamente? ¿Es algo condenable la desigualdad producto de este
proceso? No sería lógico pensarlo. Lo condenable sigue siendo, en tal caso, que
unos ganen riqueza a expensas de otros. Y esta es justamente la medida que
proponen los movimientos de izquierda para la realización de la Justicia
Social: la redistribución de la riqueza. A través de la intervención del
Estado, forzar a los ricos a pagar más y más impuestos para entregárselos a los
más pobres, siempre bajo la égida de la justicia y la dignidad humana.
Lo que ya no cuadra, es que esta
sea la mejor forma para combatir la pobreza, tomando en cuenta el fracaso del
modelo del Estado de Bienestar en Europa y las crecientes protestas que lo
acompañan. Este argumento se sustenta en el gran incremento de la calidad de
vida en los Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta principios del
siglo XX. El sistema capitalista de libre mercado permitió un crecimiento en la
economía que resultó en nueva oferta de bienes y servicios y en el
abaratamiento de los costos de los bienes de consumo y, además, en la
exponencial mejoría en los indicadores de salud pública y calidad de vida. Es
decir, no solo se hizo más fácil comprar los bienes para la vida diaria y un
enorme grupo de personas pudo tener acceso a ellos, sino que, por citar algunos
casos, indicadores como la mortalidad infantil cayeron de 217.4 vidas por cada
1000 nacimientos vivos en 1850, a 120.2 en 1900, y hasta 100 en 1920. De forma
similar, la expectativa de vida aumentó de 38.9 años en 1850, a 49.6 en 1900,
hasta sobre los 60 años en 1920.1 Es decir, el capitalismo logró, en
menos de un siglo, incrementar la calidad de vida de una sociedad como nunca
antes en la historia humana. ¿Por qué, entonces, se lo cataloga como el enemigo
de la Justicia Social? Quizás, porque a pesar de ser el mejor sistema para
incrementar la calidad de vida de todas las personas, no lo es para reducir la
brecha entre los ricos y el resto de la sociedad.
Esto plantea un cambio de
paradigma. Citando a F.A. Hayek: "Debemos aprender a dirigir otra vez
todos nuestros recursos a donde mejor contribuyan a que
todos seamos más ricos". Para ello, es esencial entender la diferencia
entre pobreza y desigualdad; y teniendo conciencia de que los recursos son
escasos y las necesidades humanas son ilimitadas, convenir en combatir la
primera con mayor vehemencia que la segunda, usando las lecciones de la
historia que demuestran las virtudes del capitalismo como el mejor sistema para
lograr el aumento de la calidad de vida de todos los hombres sin
discriminación.
Se lograría, así, el ideal de Justicia Social desde un nuevo
enfoque: la Libertad.
@nhcarreras
1
Kaiser, A. (2012). Interventionism and
Misery: 1929-2008. USA. 231pp.