miércoles, 27 de noviembre de 2013

En defensa del comerciante venezolano



El discurso oficial del margen excesivo de ganancia ha calado en mucha gente, quienes valoran como algo malo que un comerciante lo practique. En este espacio me propongo el desafío de exponer el otro punto de vista, esperando generar reflexión y recibir pocos insultos.

En primer lugar, todos nosotros como consumidores queremos comprar más barato. Sería irracional defender la visión de querer que todo esté caro y haya escasez, cuando ese escenario perjudica a la mayor parte de la sociedad y solo favorece, en la mayoría de los casos, a una cúpula enchufada con el régimen.

Pero este escenario se combate generando las condiciones para que haya más producción. Si hay más productos, el precio tiende a bajar por efecto de la competencia generada cuando mucha gente quiere vender más, con la amenaza constante de que surja otro empresario que, con ingenio y optimización de procesos, ofrezca el mismo bien (o uno mejor) a un menor precio.

Pero la respuesta de parte de los responsables que han destruido la producción nacional con expropiaciones y controles consiste en, ahora que existen menos productos, obligar a los comerciantes a bajar los precios por la fuerza con la Fuerza Armada en las calles (sin contar la borrachera de impresión de bolívares, otra medida que genera inflación). ¿En qué países civilizados se ve esto hoy en día?

Los comerciantes y empresarios venezolanos no son más codiciosos que los de cualquier parte del mundo. Es este sistema de intervencionismo salvaje el que creó las condiciones para que esto pasara. Y en lugar de rectificar, le echan más leña al fuego.

Hoy la gente arrasa con los productos en las tiendas. Pero ahora, ¿Quién va a querer invertir en Venezuela con estas condiciones? Las consecuencias son claras: las empresas van a seguir cerrando, generando más escasez, inflación y desempleo para el año que viene.

Y el problema no es solo material, sino también moral. A los empresarios y comerciantes trabajadores se los tacha como ladrones y corruptos por vender caro, justificando a los parásitos que saquean esas tiendas. El empresario exitoso es visto como un criminal, mientras que se mira con simpatía al que lo obliga a bajar los precios y le niega el fruto de su trabajo.

¿Acaso el comerciante está obligado a vender por debajo del precio al cual la gente aun le compra?

Vender caro NO es un crimen. Si lo vende a ese precio y la gente se lo compra, allí no hay ningún delito. Para que el precio de un producto baje, ya vimos que la solución es que haya más producción y surja la competencia.

No se justifica meter a la Guardia Nacional en los negocios y obligar a los comerciantes a bajar los precios con fines políticos, tachándolos como criminales al nivel de un ladrón. Criminalizar el espíritu empresarial y el afán de lucro es condenar a la producción, generando más escasez, más colas, sumisión y entrega de poder a la cúpula gobernante.

Queda a su reflexión, querido lector, si usted vendería un TV plasma a un precio 10 veces por debajo del que alguien estaría dispuesto a comprárselo, dadas las condiciones de nuestro país.

@nhcarreras

miércoles, 6 de noviembre de 2013

¡Somos venezolanos!



Estoy convencido que el retorno del país a sí mismo
no puede ser sino a través de su conciencia

Renny Ottolina


Es un lugar común en la Venezuela de hoy que se nos describa a los críticos y opositores al régimen actual con peyorativos como: enemigos del pueblo, burguesía parasitaria, fascistas; solo para resaltar los más decentes. Pero, además, no pasa desapercibida esa intención de etiquetarnos como defensores de los intereses del imperio, de la CIA, de las empresas transnacionales o de cualquier mal existente, como colaboradores conscientes o como ingenuas piezas de ajedrez manipuladas por estos personajes.

Cuando alguien se atreve a difundir el malestar generalizado por la inseguridad que padecemos en las calles, por la escasez de alimentos y de bienes básicos que sufrimos con las colas y el desespero, por la hiperinflación que nos hace cada vez más pobres, por las fallas en el sistema eléctrico, por la decadencia del sistema de salud; y en general, por la sensación de incertidumbre que vivimos actualmente, no se recibirá otra respuesta de parte de los sectores oficialistas que no sea un insulto, una declaración de guerra o, en el mejor de los casos, un llamado a recapacitar para no defender los intereses de todos los malvados enemigos del pueblo.

Es muy difícil encontrar a alguien dispuesto a debatir con respeto y templanza las ideas que defienden, contra aquellos que tenemos una visión diferente de encontrar la solución a los problemas que nos aquejan. Se suele partir de la premisa que los que pensamos distinto somos enemigos y que no queremos encontrar una solución, sino en cambio, solo buscamos destruir y generar sufrimiento y pobreza. Se recurren a los insultos como se aprende de los discursos de sus líderes, promoviendo la exclusión y el odio a toda crítica, encerrándose en la soberbia de creerse con toda la verdad y mirando con desprecio a los otros.

Buena parte de quienes defendemos la iniciativa del ciudadano para superarse, de quienes creemos que el mérito es una virtud que no tiene por qué avergonzarse, donde el esfuerzo y la perseverancia son dignos de orgullo, de quienes defendemos los derechos de la libertad y la propiedad y queremos que el gobierno se dedique a lo que tiene que dedicarse con eficiencia, respetando el derecho del individuo a buscar su propia felicidad, estamos bastante conscientes de lo que decimos. Y por eso no somos menos venezolanos, ni somos apátridas, ni queremos que nuestro país caiga en una crisis que también nos afectaría a nosotros y a nuestros seres queridos que viven acá, en Venezuela.

Exhorto a una campaña por la defensa de nuestro gentilicio y de nuestro honor como venezolanos, tan herederos de la independencia de nuestros libertadores como los que visten de rojo, tan luchadores por la Libertad y la Justicia como cualquier otro ciudadano de este país.

Y para lograr ese cambio que queremos y salir de esta crisis, cito a ese ilustre venezolano, Renny Ottolina:

   Ese gran paso no será dado sino en la medida que tengamos conciencia de nosotros mismos como país.

¡Qué nadie nos doblege! Vamos a rescatar a Venezuela.

@nhcarreras

miércoles, 23 de octubre de 2013

Regulen los precios de bienes que no son importantes

La consecuencia de fijar un precio máximo a un
artículo determinado será provocar su escasez
HENRY HAZLITT

A medida que pasa el tiempo, en Venezuela vamos viendo un incremento de los precios regulados; es decir, de aquellos bienes a los cuales se le asigna un nivel de importancia para la sociedad, tal que amerita que se encuentren accesibles para que todas las personas gocen de un nivel de vida aceptable. Al menos, esa es la idea que nos venden.

Pero en cambio, sucede un hecho curioso: los bienes que se pretendía que estuviesen disponibles para todos comienzan a estar escasos, no se consiguen en los mercados, la gente hace largas colas para poder comprarlos y a veces solo es posible adquirirlos en las calles a precios mucho mayores.

La única explicación posible que dan las autoridades es una conspiración secreta, una guerra dirigida por los "enemigos del pueblo" contra la revolución bolivariana, pero sin ninguna prueba contundente.

¿Acaso existe otra explicación? Vale la pena preguntarle al dueño de la panadería de la cuadra, o al vendedor de perros calientes de la esquina, o a la señora que vende sus empanadas en la playa, qué pasaría si llega un funcionario del gobierno y le exige vender todo lo que produce a un precio regulado. Este precio, seguramente, estará por debajo de lo que él o ella piensa que vale la pena ganar por el esfuerzo que exige su trabajo.

¿Lo seguiría haciendo con las mismas ganas y el mismo empeño?

¿Lo seguiría haciendo siquiera?

Los socialistas pretenden que las personas no trabajen para buscar su bienestar, ni llevar la comida a sus hogares, ni ahorrar para comprar un apartamento. No. Todos tenemos que trabajar para los demás, como el estudiante al que se le obliga madrugar para que otros saquen una mayor nota, mientras él sigue sacando la misma.

Esta arrogancia de pretender planificar nuestro bienestar por medio de regulaciones, solo nos ha llevado a sufrir las consecuencias de no encontrar muchos de los productos que, ciertamente, forman parte de nuestra vida cotidiana. Si "el bien más caro es el que no se consigue", somos cada vez más pobres.

Mi recomendación para estos arrogantes, tomando en cuenta que además hacen ínfulas de moralistas y creen saber qué es lo que más nos conviene a cada uno, sería que regulen los precios de los bienes inservibles, poco importantes e insignificantes, y que liberen los precios y derogen las trabas para producir aquellos que necesitamos para el "vivir bien en socialismo".

Así matarán dos pájaros de un tiro: aparecerán los productos que no se encuentran y acabarán con los vicios y la compra de lujos innecesarios.

@nhcarreras

lunes, 2 de septiembre de 2013

Justificamos la corrupción

No es lo mismo explicar las causas de la corrupción, al hecho de aceptarla como una consecuencia fatal del sistema. Cuando los ciudadanos de una sociedad aceptan la corrupción como un medio justificable para alcanzar sus fines, y como única alternativa posible para ello, estamos ante un problema mucho más grave que el solo hecho de atacar sus casos aislados.

Esta cuestión plantea un dilema insólito, pero es algo que los venezolanos vivimos cada día y de lo cual no podemos huir. ¿Qué nivel de corrupción estamos dispuestos a tolerar en los demás? ¿Y qué nivel de corrupción justificamos por nuestra parte?

Es triste ver como gran parte de los venezolanos se resignan a vivir en un sistema corrupto, aceptando sus premisas y justificando sus acciones como la única solución posible, como la forma de sobrevivir con la esperanza de progresar en este ecosistema hostil, salvaje y difícil como lo es nuestra sociedad.

Pero entonces, ¿Cuál es la causa de esta desgracia?

¿Lo es nuestra naturaleza humana?

¿Nuestra cultura?

¿Nuestro sistema moral?

Se llega a afirmar que todos los políticos son corruptos (y tienen que serlo), pero que no debemos aceptar un derroche descomunal.

Se comenta que es conveniente pagar ciertos favores con el propósito de alcanzar metas "justas", pero que debe condenarse el exceso de algunas personas que solo buscan su interés personal en ello.

Se combinan entonces, dos ideas que describen nuestra razón de actuar: 1) El fin justifica los medios, pero 2) Todos los excesos son malos.

Se desprecia el idealismo, esa ingenuidad utópica que pretende convertir al hombre en algo que no es: un ser ético. En cambio, solo se reclama cuando se exceden los límites, para volver a ese estado natural de corrupción aceptado por la opinión pública por ser irremediable, inevitable por las causas que sean.

¿Y si no aceptamos esas premisas?

Sin duda, una persona puede verse tentada a obtener un beneficio mayor al agredir a otro, en lugar de conseguirlo por sus propios medios. Pero es por ello que, si pretendemos vivir en una sociedad pacífica, debemos establecer un sistema moral que nos permita superar estas dificultades. Tenemos que establecer esos principios que favorezcan la convivencia, que sean difundidos a través de la educación y la cultura y, que en caso de ser quebrantados, justifiquen el uso de la fuerza para defender al agredido.

El actual sistema no hace esto. Al contrario, lleva a las personas a violarlo constantemente. En un segundo sistema, algo más equilibrado, seguiría pasando, pero de forma más aislada y solo en casos poco relevantes.

Cabe preguntarnos si valdría la pena plantearnos el tercer caso: aquél donde se condene todo acto criminal y logremos establecer, con el tiempo y la costumbre, un sociedad de personas libres y responsables con una justicia sin excepciones.

@nhcarreras

martes, 27 de agosto de 2013

Libertad de Expresión, Propiedad Privada y Talento Nacional

Ante la corrupción del lenguaje promovida por los socialistas, se hace necesario aclarar una de las ideas que promovemos los liberales: la libertad de expresión. Actualmente se pretende manipular su significado para dar pie a una serie de abusos contra la propiedad privada. He aquí mi contribución para aclarar el problema.

Ya es común en los venezolanos ver una constante arremetida contra los medios de comunicación privados que sostienen una postura crítica al régimen. No solo son víctimas de multas y extorsiones cada vez que informan sobre un hecho que genere críticas importantes hacia el Estado, generando censura, sino que además son obligados a transmitir las innumerables cadenas de radio y televisión (así como propagandas  proselitistas) de forma gratuita y obligatoria. Los opositores al régimen estamos de acuerdo que estos abusos son golpes a la libertad de expresión.

Ahora ocurre un hecho curioso. Se tiene el caso de una película de Bolívar que las cadenas de cine privadas no tienen interés en proyectar. Entonces, los socialistas reclaman y el régimen arremete contra las cadenas de cine acusándolas de censura. Esto no es solo una tremenda ironía, sino que es otra medida que busca la hegemonía comunicacional. Y, además, es un abuso contra la propiedad privada. Me explico.

Por más argumentos que haya para apoyar el talento venezolano, nadie puede obligarnos, como personas, a ir a conciertos de bandas nacionales o a ver las películas venezolanas en los cines: es solo un llamado de conciencia para que apoyemos voluntariamente a esos talentos que consideramos que vale la pena apoyar. Sería un exabrupto que alguien acusara a una persona que no quiere ir a eventos de talento nacional y la obligara a ir - a la fuerza -. O peor aun, que la obligara a ceder un espacio en su casa o apartamento para que ellos puedan disponer de un lugar y de un público para expresar su talento. ¡Sería absurdo! "Es mi casa" - sería argumento suficiente. Y no es otra cosa que decir: "Si quieres hazlo en otro lado, pero no en mi propiedad"

Pero ahora, cuando se trata de locales o salas de cine privadas ¿Acaso este argumento no aplica? ¿Se puede imponer - por la fuerza - a sus propietarios a que presten sus servicios al talento nacional, y aun más lejos, al "talento" nacional respaldado por el régimen? En realidad, en nada se diferenciaría a que te obligaran a ofrecer tu casa, tu televisor o cualquier objeto de tu propiedad, o de lo contrario ser acusado de censura.

Aunque no lo crean, no tienen que hacerlo. Ya obligan a las cadenas de radio y televisión para que nuestros televisores y nuestras radios solo transmitan en Venezuela lo que ellos quieren que veamos y escuchemos en un momento determinado.

Todos estos abusos están relacionados, y son eslabones en la cadena que arma el régimen para lograr encarcelarnos en su hegemonía comunicacional. Todos estos abusos van en contra de nuestra libertad, aunque usen la corrupción del lenguaje para enmascararse como defensores de la libertad de expresión, una inmensa ironía. Y por último (y no menos importante) todos estos abusos van en contra de la propiedad privada.

Pero no por mucho tiempo. Para eso, debemos recordar lo que F. A. Hayek expuso sobre el olvido de su generación, algo que la nuestra debe rescatar urgentemente.

El sistema de propiedad privada es la más importante garantía de la libertad.

@nhcarreras

viernes, 19 de julio de 2013

Capitalismo y Justicia Social

Uno de los anhelos de las sociedades actuales es ver realizado el ideal de un mundo mejor para todos, donde se reduzca al mínimo la pobreza y todas las personas puedan llevar una vida digna. Este deseo, lleno de bondad en su esencia, se ha materializado en los discursos y planes de gobierno de muchos países, bajo una bandera que parece simbolizarlo bastante bien: la Justicia Social. Tanto es así, que la Organización de las Naciones Unidas decretó el 20 de febrero como el Día Internacional de la Justicia Social, con el fin de promover los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados en el año 2000.

Resulta importante destacar que el término Justicia Social fue acuñado en primer lugar por el sacerdote jesuita Luigi Taparelli en el siglo XIX, a quien se le reconoce como uno de los fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia. Posteriormente, este término se fue popularizando hasta convertirse en uno de los lugares comunes de los movimientos de izquierda, por parte de los partidos socialistas, socialdemócratas y por la propia Iglesia Católica y los partidos socialcristianos.

Quizás una de los mejores argumentos que explican el principio de la Justicia Social se encuentra en la Doctrina Social de la Iglesia:

"Dios ha destinado la tierra y sus bienes en beneficio de todos. Esto significa que cada persona debería tener acceso al nivel de bienestar necesario para su pleno desarrollo. Este principio tiene que ser puesto en práctica según los diferentes contextos sociales y culturales y no significa que todo está a disposición de todos. El derecho de uso de los bienes de la tierra es necesario que se ejercite de una forma equitativa y ordenada, según un específico orden jurídico. Este principio tampoco excluye el derecho a la propiedad privada. No obstante, es importante no perder de vista el hecho de que la propiedad sólo es un medio, no un fin en sí misma." (Compendio de DSI, 171-84)

De este planteamiento se pueden extraer dos aspectos distintivos de la idea de Justicia Social por parte de la Iglesia Católica. El primero es que todos los seres humanos, sin distinción, son dignos de disfrutar de los bienes de la tierra, y que deberían tener a su disposición la posibilidad de disfrutar de las garantías para su pleno desarrollo como personas y, por tanto, de los medios para conseguirlo. Pero, en segundo lugar, no excluye el derecho a la propiedad privada (aunque lo limita) y se diferencia así de la visión de la izquierda radical, ya que se encuentra con la piedra de los mandamientos del "no robarás" y "no codiciarás los bienes ajenos".

Pero existe un tercer aspecto que resulta clave para entender por qué los movimientos de izquierda son los principales exponentes de la Justicia Social. Ello radica en el argumento que atribuye la creciente desigualdad social al sistema capitalista, el cual lo catalogan como enemigo del ideal en cuestión. La desigualdad social, dicen, es motivo de descontento por parte de los sectores menos privilegiados, y este descontento se materializa en el anhelo de lograr la Justicia Social.

He aquí un cambio fundamental. Si bien la Justicia Social se concibe como un anhelo de condiciones de vida digna para todos, a su vez pretende una eliminación de la brecha entre las personas más adineradas y el resto de los individuos con menores recursos. Ello se debe a una falsa concepción de la economía como un Juego de Suma Cero. Según esta visión, las personas ricas lo son únicamente a expensas de los pobres, quienes alegan que están siendo explotados. Por esta razón, la Justicia Social encarna una función de redistribución de la riqueza, a través de la cual se le quitaría a los ricos para lograr el bienestar en las condiciones de vida de los pobres.

Se plantea entonces la siguiente pregunta: ¿Combatir la pobreza es lo mismo que combatir la desigualdad? Sin duda, cualquier persona que haya tenido un acercamiento a la idea de creación de riqueza podrá inferir que algo no cuadra. Si la riqueza puede crearse, entonces no es una cuestión de quitarle a unos para darle a otros, sino que una persona puede llegar a adquirir riqueza sin haberle quitado a otra persona algo que no tenía en primer lugar. Así, cuando un emprendedor monta un negocio con su propio esfuerzo y con el fruto de su trabajo, no le tuvo que robar el negocio a otro comerciante. Al contrario, este emprendedor exitoso ahora obtiene su riqueza cuando satisface las demandas de sus consumidores, al proveerlos de un beneficio al que antes no tenían acceso. De esta forma, las personas están dispuestas a pagarle al comerciante una suma de dinero a cambio del servicio que les ofrece; y, siendo un intercambio libre y voluntario, ambas partes ganan. Este hecho explica claramente la idea de que la economía no es un Juego de Suma Cero, y que pueden formarse relaciones ganar-ganar donde ambas partes son más ricas que antes: el comerciante gana dinero y los consumidores ganan un servicio que antes no disponían y por el cual están dispuestos a pagar. El mismo ejemplo podría plantearse con los trabajadores de este nuevo negocio, que ahora tienen acceso a un nuevo empleo cuando antes no existía, y están dispuestos a trabajar para ganar un salario que les aporta mayores beneficios que la actividad que ejercían anteriormente.

Al ser así ¿Qué importa que unos se hagan mucho más ricos que otros cuando, al mismo tiempo, les proveen a las demás personas de los medios para incrementar su calidad de vida, sin haberles quitado nada previamente? ¿Es algo condenable la desigualdad producto de este proceso? No sería lógico pensarlo. Lo condenable sigue siendo, en tal caso, que unos ganen riqueza a expensas de otros. Y esta es justamente la medida que proponen los movimientos de izquierda para la realización de la Justicia Social: la redistribución de la riqueza. A través de la intervención del Estado, forzar a los ricos a pagar más y más impuestos para entregárselos a los más pobres, siempre bajo la égida de la justicia y la dignidad humana.

Lo que ya no cuadra, es que esta sea la mejor forma para combatir la pobreza, tomando en cuenta el fracaso del modelo del Estado de Bienestar en Europa y las crecientes protestas que lo acompañan. Este argumento se sustenta en el gran incremento de la calidad de vida en los Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX. El sistema capitalista de libre mercado permitió un crecimiento en la economía que resultó en nueva oferta de bienes y servicios y en el abaratamiento de los costos de los bienes de consumo y, además, en la exponencial mejoría en los indicadores de salud pública y calidad de vida. Es decir, no solo se hizo más fácil comprar los bienes para la vida diaria y un enorme grupo de personas pudo tener acceso a ellos, sino que, por citar algunos casos, indicadores como la mortalidad infantil cayeron de 217.4 vidas por cada 1000 nacimientos vivos en 1850, a 120.2 en 1900, y hasta 100 en 1920. De forma similar, la expectativa de vida aumentó de 38.9 años en 1850, a 49.6 en 1900, hasta sobre los 60 años en 1920.1 Es decir, el capitalismo logró, en menos de un siglo, incrementar la calidad de vida de una sociedad como nunca antes en la historia humana. ¿Por qué, entonces, se lo cataloga como el enemigo de la Justicia Social? Quizás, porque a pesar de ser el mejor sistema para incrementar la calidad de vida de todas las personas, no lo es para reducir la brecha entre los ricos y el resto de la sociedad.

Esto plantea un cambio de paradigma. Citando a F.A. Hayek: "Debemos aprender a dirigir otra vez todos nuestros recursos a donde mejor contribuyan a que todos seamos más ricos". Para ello, es esencial entender la diferencia entre pobreza y desigualdad; y teniendo conciencia de que los recursos son escasos y las necesidades humanas son ilimitadas, convenir en combatir la primera con mayor vehemencia que la segunda, usando las lecciones de la historia que demuestran las virtudes del capitalismo como el mejor sistema para lograr el aumento de la calidad de vida de todos los hombres sin discriminación.

Se lograría, así, el ideal de Justicia Social desde un nuevo enfoque: la Libertad.

@nhcarreras


1 Kaiser, A. (2012). Interventionism and Misery: 1929-2008. USA. 231pp.

jueves, 6 de junio de 2013

Apetitos

   De pequeño aprendí que una persona desinteresada es una persona buena (no recuerdo quién me lo enseño).  En fin, todos fuimos inocentes alguna vez. Pero desde entonces hay una palabra que me sigue cautivando.

   Se define hambre como ganas y necesidad de comer; aunque también se hace referencia al deseo grande de algo. El hambre es la respuesta del cuerpo a la escasez, es un espasmo – y como tal, involuntario – producido por nuestra naturaleza humana en su afán de subsistencia. Todos lo sabemos. El apetito, por su parte, es el impulso de querer satisfacer esta necesidad. Ya sea de comida o de algo, y a esta última me gusta llamarla por su nombre: felicidad.

   Ella es el deseo infinito, es la necesidad para nunca ser satisfecha. En resumen, es la razón de nuestras vidas. Y muchos la asocian con el amor. José Ortega y Gasset lo sugirió diciendo “El deseo muere automáticamente cuando se logra, fenece al satisfacerse. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho”.

   Qué curiosa analogía. Convirtamos entonces (como un simple ejercicio) al amor en un deseo ilimitado, en un apetito que proviene del hambre más profunda, la más importante necesidad. Haremos así de la saciedad de los egoísmos nuestro único y fatal motivo, y diremos con Friedrich Schiller que hambre y amor hacen girar coherentemente el mundo.

   Según este razonamiento, el ser humano no busca otra cosa que no sea su “propio interés”. Y todo tiene sentido. Al final, no sé por qué, me cuesta no dudar.

   Cuando hablamos de palabras como entrega, sacrificio, perdón, solidaridad. ¿Qué las trae a la vida? Sin duda la búsqueda por extraer de ellas un poco de comida. Y así nos comemos entre todos. Somos caníbales en el plano de las almas. Ya lo decía C.S. Lewis: “En la Tierra, a este deseo se le llama con frecuencia <<amor>>. En el Infierno, me imagino, lo conocen como hambre”.

   Y es que no habría diferencia.

   Es entonces, cuando todavía un buen grupo de personas dicen que el otro es importante, que no hay que ser egoístas, que dar es mejor que recibir, que la felicidad está en el servicio. Sin duda, muchos de ellos, son unos pobres ingenuos. Pero por otra parte, algunos otros (los prudentes) son los maestros de la manipulación.


   Aunque están en lo cierto, no les creas del todo. Ellos usan la palabra desinterés.

miércoles, 17 de abril de 2013

Valores, Derechos y Leyes

Cuando la ley y la moral se contradicen,
el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa
de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley

FRÉDÉRIC BASTIAT


Considerando que los seres humanos poseen el don de la libertad y que cada persona tiene el derecho a hacer uso de la misma según sus capacidades, la sociedad como conjunto de personas libres se encuentra con el reto de convivir. Es así como surge y se halla en constante evolución un conjunto de preceptos morales que son necesarios para favorecer el pleno desenvolvimiento de la persona sin afectar el de los demás y mantener así la armonía.

Los valores se refieren a las normas que rigen nuestro actuar, no en el concepto imperativo de la palabra, sino en el plano de los incentivos que acciona nuestra voluntad. Dicha voluntad es la capacidad para elegir un sacrificio que conlleva a una satisfacción futura, en lugar de elegir un placer con un menor valor a largo plazo.

En la medida que la persona se hace consciente del gozo permanente que se encuentra en el actuar siguiendo tales valores, hace un balance entre la opción de tomarlos como propios y practicarlos en función de alcanzar la felicidad que se obtiene; o de negarlos, por falta de esperanza o de capacidad, con el motivo de ganar un placer que se contrapone a dichos valores. En otras palabras, le da más valor a otra cosa, siendo evidencia de la subjetividad del mismo según la persona y la circunstancia en la cual se encuentra.

Es así como la sociedad se organiza y forma instituciones según un marco de valores comunes con el objetivo de hacer respetar los derechos de los individuos: su vida, su libertad y su propiedad. Se encuentra con el reto de hacer justicia cuando se violan estos derechos y de establecer las condiciones, para todos por igual, donde se reduzca al mínimo la rentabilidad de la violación de esos derechos. Citando a Frédéric Bastiat,

Si cada hombre tiene el derecho de defender, aun por la fuerza, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres tienen el Derecho de concertarse, de entenderse, de organizar una fuerza común para encargarse regularmente de aquella defensa.


Así nace la ley, como la norma justa (para todos por igual) que complementa a la libertad individual con la responsabilidad que acarrea el ejercicio de la misma. Dichas normas no deben contraponerse a la libertad ni a los valores morales que motivan la acción humana, ya que de lo contrario se convierten en una perversión y en motivo de conflicto social. ‎Citando a Mahatma Gandhi,

Cuando una ley es injusta, lo correcto es desobedecer.

Finalmente, los valores morales son la base sobre la cual se apoyan nuestras acciones, encontrándose sujetos a la valoración subjetiva de cada persona. Pero deben estar enmarcados en un conjunto de derechos que legitiman el uso de la ley, para guiar al hombre a que dichas acciones realizadas en la búsqueda de su felicidad no impliquen atentar contra el derecho del otro.