No es lo mismo explicar las causas de la corrupción, al hecho de aceptarla como una consecuencia fatal del sistema. Cuando los ciudadanos de una sociedad aceptan la corrupción como un medio justificable para alcanzar sus fines, y como única alternativa posible para ello, estamos ante un problema mucho más grave que el solo hecho de atacar sus casos aislados.
Esta cuestión plantea un dilema insólito, pero es algo que los venezolanos vivimos cada día y de lo cual no podemos huir. ¿Qué nivel de corrupción estamos dispuestos a tolerar en los demás? ¿Y qué nivel de corrupción justificamos por nuestra parte?
Es triste ver como gran parte de los venezolanos se resignan a vivir en un sistema corrupto, aceptando sus premisas y justificando sus acciones como la única solución posible, como la forma de sobrevivir con la esperanza de progresar en este ecosistema hostil, salvaje y difícil como lo es nuestra sociedad.
Pero entonces, ¿Cuál es la causa de esta desgracia?
¿Lo es nuestra naturaleza humana?
¿Nuestra cultura?
¿Nuestro sistema moral?
Se llega a afirmar que todos los políticos son corruptos (y tienen que serlo), pero que no debemos aceptar un derroche descomunal.
Se comenta que es conveniente pagar ciertos favores con el propósito de alcanzar metas "justas", pero que debe condenarse el exceso de algunas personas que solo buscan su interés personal en ello.
Se combinan entonces, dos ideas que describen nuestra razón de actuar: 1) El fin justifica los medios, pero 2) Todos los excesos son malos.
Se desprecia el idealismo, esa ingenuidad utópica que pretende convertir al hombre en algo que no es: un ser ético. En cambio, solo se reclama cuando se exceden los límites, para volver a ese estado natural de corrupción aceptado por la opinión pública por ser irremediable, inevitable por las causas que sean.
¿Y si no aceptamos esas premisas?
Sin duda, una persona puede verse tentada a obtener un beneficio mayor al agredir a otro, en lugar de conseguirlo por sus propios medios. Pero es por ello que, si pretendemos vivir en una sociedad pacífica, debemos establecer un sistema moral que nos permita superar estas dificultades. Tenemos que establecer esos principios que favorezcan la convivencia, que sean difundidos a través de la educación y la cultura y, que en caso de ser quebrantados, justifiquen el uso de la fuerza para defender al agredido.
El actual sistema no hace esto. Al contrario, lleva a las personas a violarlo constantemente. En un segundo sistema, algo más equilibrado, seguiría pasando, pero de forma más aislada y solo en casos poco relevantes.
Cabe preguntarnos si valdría la pena plantearnos el tercer caso: aquél donde se condene todo acto criminal y logremos establecer, con el tiempo y la costumbre, un sociedad de personas libres y responsables con una justicia sin excepciones.
@nhcarreras
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