La
especie humana no puede soportar mucha realidad
T.
S. ELIOT
En su artículo La
depresión y el proceso creativo, el Dr. Rodrigo Morales García expone sobre
la forma en que la tristeza, la depresión y hasta la propia locura se relacionan
con el talento creador. Esa sensibilidad para percibir nuevas ideas durante las
etapas melancólicas, esa chispa de genialidad en medio de la noche.
Una esperanza.
Es un lugar común hablar de depresión en este momento
en Venezuela, cuando gran parte de los venezolanos no aceptamos todavía la
suerte de nuestro país; el cruel resultado de una democracia que no es tal,
cuando el robo y la esclavitud se buscan legitimar por el voto de la mayoría. Así
lo veo. Después de los enormes niveles de adrenalina que experimentamos antes
del 7 de octubre, nos resignamos a aceptar nuestro destino por ser una minoría.
No tiene por qué ser así.
No estoy hablando de cantar fraudes imaginarios ni
mucho menos de organizar absurdos golpes de estado, sino de tomar una decisión
clave. Entre las dos alternativas presentes en la cabeza de muchos jóvenes como
yo... ¿Qué hacemos? ¿Nos quedamos o nos vamos?
"La
melancolía hace ir más despacio, enfría el ardor y pone en perspectiva los
pensamientos, la observaciones y los sentimientos generados en otros momentos
de mayor entusiasmo". Morales García nos asoma a ese universo amargo lleno
de materia, esperando ser desnudado por nuestras ganas de hacer algo, por
nuestra inquietud. Tenemos el poder de decidir lo que queremos hacer, más allá
de esa situación sobre la cual, según parece, no tenemos control alguno.
La
opción más tentadora es irse. No vale la pena martirizarse por una causa
perdida, cuando lo importante es vivir la vida en paz y ser feliz. Dejar la
familia y los amigos atrás, ser un extranjero en un mundo difícil. Parece que
vale la pena intentarlo. Es ridículo el pretexto de "traición a la
patria", es el lema propio de los nacionalistas recalcitrantes que piensan
que el llamado bienestar común es más importante que el bienestar individual,
cuando el primero no es más que la suma de estos últimos. Irse del país, a un
lugar donde podamos desarrollar nuestro potencial libremente, con esperanza de
un futuro mejor.
Pero
hay otra opción, quizás más difícil.
Ser
los protagonistas de este momento histórico.
No
implica sacrificarse por el bien de la nación.
Consiste en aprender a amar este laberinto, en sacar de nuevo las
cuentas y comprender que luchamos por nuestra tierra, nuestra cultura, nuestra
comida, nuestras fiestas, nuestro trabajo. Nuestro orgullo. Eso, ningún país
del mundo nos lo podrá ofrecer.
Esa
es mi realidad, que hoy la veo destellar entre las sombras y no puedo
ignorarla. Hay algo que me mueve a pesar del temor, y aunque todavía no decido
sobre cómo quiero transformarla, sí estoy seguro en mi deseo de seguir
caminando hasta la bifurcación.
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