En la actualidad, algunos políticos e intelectuales siguen desprestigiando el principio de la propiedad privada, esto es, el derecho irrestricto que las personas tienen a los frutos de su trabajo, tachándolo de injusto al derivarse de la explotación del hombre por el hombre. Estas opiniones sorprenden si tenemos en cuenta la demolición del Muro de Berlín, el colapso de la URSS y todos los problemas que atraviesan los países que tratan de mantener un sistema socialista o comunista. Pero estos hechos históricos, además, pueden explicarse a través de una demostración teórica que pone en evidencia cuáles son las verdaderas alternativas contra la propiedad privada, llegando a cuestionar incluso la autoridad que ejercemos sobre nuestros propios cuerpos. Las conclusiones encontradas son reveladoras al compararlas con los acontecimientos anteriores.
En este sentido, Hans Hermann-Hoppe explica en Orden social, apropiación originaria y propiedad privada que es posible considerar varias alternativas a la propiedad privada. Estas alternativas llevan la discusión a su raíz al plantear la propiedad de uno mismo, (es decir, de nuestro propio cuerpo) con las posibilidades que niegan esta propiedad fundamental y las consecuencias que surgen a partir de ella.
La primera posibilidad sería que una persona o grupo de personas puedan ser dueños de otros. Este planteamiento avala conceptos como la esclavitud y la servidumbre, donde los amos tienen el derecho de coaccionar a los sirvientes y obligarles a actuar como se les ordena. Pero esta cuestión ha sido superada al establecer que todos los seres humanos somos igualmente dignos por naturaleza, y no existe un criterio justo para dividir a la humanidad en amos y esclavos.
La segunda alternativa a evaluar es seguramente la más atractiva a primera vista, pues se apoya en el concepto de abolir la propiedad privada. Pero al profundizar sobre este asunto, cabe preguntarse entonces si un individuo dejaría de ser el dueño de sí mismo. Pues el ser humano cuando actúa usa su cuerpo para alcanzar un cierto fin, lo cual implica que si el hombre no poseyera esta autoridad sobre sí mismo, se vería impedido a actuar y estaría privado del control sobre su vida e incluso, su sobrevivencia.
Una razón por la cual esto no ocurre la plantea Murray Rothbard, al sostener que “una persona no puede enajenar su voluntad y, más en particular, su control sobre su cuerpo y su mente. Todo ser humano posee el control de ambas cosas. Todo ser humano tiene el control de su voluntad y de su persona y está, si así quiere decirse, como «pegado» a esta inherente e inalienable propiedad de sí mismo”. De esta forma, el ser humano no se desprenderá de esa intuición moral que indica que cada individuo es el único capaz de ejercer las acciones de su propio cuerpo y tenderá a preservar su vida.
Una tercera alternativa entonces, parecería ser que los hombres son dueños de sí mismos solo para discutir las acciones a tomar colectivamente. En una asamblea popular se reunirían todos y expresarían sus opiniones haciendo uso de sus mentes y cuerdas vocales. Luego de escuchar todas las opiniones, se procedería a tomar una decisión democrática a través del voto. Esta decisión mayoritaria sería la voz del pueblo, y ningún individuo tendría la autoridad para discutirla o desconocerla. Ello plantea que si la mayoría de los votantes decidiera conveniente asesinar a un individuo, esclavizarlo o despojarle de sus pertenencias para el beneficio colectivo, estarían en su derecho. Finalmente, esto implica que la mayoría de las personas puede dominar a la minoría, como amos con derecho a ejercer coerción sobre ellos. Así, esta tercera alternativa no es más que una variación de la primera, explicando por qué todos los experimentos socialistas tienden a coartar las libertad de los individuos a través de la represión y la violencia.
Entonces, si consideramos todas estas opciones, se puede argumentar que solo existe una alternativa posible contra el principio de la propiedad de uno mismo: la esclavitud. Ciertamente,Juan Ramón Rallo va más allá en la discusión al plantear la incongruencia de que un individuo tenga control material sobre sí mismo, ya que “es una formulación un tanto engañosa en la medida en que parece confundir el sujeto (propietario) con el objeto (propiedad), partes esenciales en toda relación jurídica.” Pero aun así, Rallo llega a la misma conclusión, argumentando que “la alternativa a la autopropiedad no es la ausencia de propiedad, sino la concesión de derechos de propiedad sobre el propio cuerpo a otros individuos”.
Por lo tanto, si se valora la vida humana y se reconoce que todos los individuos son igualmente dignos por naturaleza, el principio de la propiedad de uno mismo es la mejor opción posible para garantizar la paz y el progreso de la humanidad. También es evidente que cada individuo no es una isla y que los hombres somos seres sociales, por lo cual necesitamos establecer relaciones y llegar a acuerdos. Pero estas relaciones deben asentarse sobre el principio de que cada individuo es soberano de su cuerpo y es un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros. Y en consecuencia, es dueño del fruto de su trabajo y libre para buscar sus propios fines. Un acuerdo en este sentido lo que busca es establecer la línea donde termina la propiedad de uno y comienza la propiedad del otro, con sus reglas y condiciones; una discusión que amerita un estudio más profundo y que no es motivo del presente artículo.
Pero una cosa ya puede concluirse: desconocer la propiedad privada en su esencia, la propiedad de uno mismo, es ir en contra de la vida y la dignidad humana. Pues la propiedad es un principio justo que reconoce la naturaleza humana y se aplica universalmente a todos, siendo digno de defenderse con coraje ante los abusos del poder.
@nhcarreras
Publicado en: http://eslibertad.org/2014/05/20/la-propiedad-de-uno-mismo/