De pequeño
aprendí que una persona desinteresada es una persona buena (no recuerdo quién
me lo enseño). En fin, todos fuimos
inocentes alguna vez. Pero desde entonces hay una palabra que me sigue
cautivando.
Se define
hambre como ganas y necesidad de comer; aunque también se hace referencia al
deseo grande de algo. El hambre es la respuesta del cuerpo a la escasez, es un
espasmo – y como tal, involuntario – producido por nuestra naturaleza humana en
su afán de subsistencia. Todos lo sabemos. El apetito, por su parte, es el
impulso de querer satisfacer esta necesidad. Ya sea de comida o de algo, y a esta última me gusta llamarla
por su nombre: felicidad.
Ella es el
deseo infinito, es la necesidad para nunca ser satisfecha. En resumen, es la
razón de nuestras vidas. Y muchos la asocian con el amor. José Ortega y Gasset
lo sugirió diciendo “El deseo muere automáticamente cuando se logra, fenece al
satisfacerse. El amor en cambio, es un eterno insatisfecho”.
Qué curiosa
analogía. Convirtamos entonces (como un simple ejercicio) al amor en un deseo ilimitado,
en un apetito que proviene del hambre más profunda, la más importante
necesidad. Haremos así de la saciedad de los egoísmos nuestro único y fatal
motivo, y diremos con Friedrich Schiller que hambre y amor hacen girar coherentemente el mundo.
Según este
razonamiento, el ser humano no busca otra cosa que no sea su “propio interés”.
Y todo tiene sentido. Al final, no sé por qué, me cuesta no dudar.
Cuando
hablamos de palabras como entrega, sacrificio, perdón, solidaridad. ¿Qué las
trae a la vida? Sin duda la búsqueda por extraer de ellas un poco de comida. Y
así nos comemos entre todos. Somos caníbales en el plano de las almas. Ya lo
decía C.S. Lewis: “En la Tierra, a este deseo se le llama con frecuencia <<amor>>.
En el Infierno, me imagino, lo conocen como hambre”.
Y es que no
habría diferencia.
Es entonces,
cuando todavía un buen grupo de personas dicen que el otro es importante, que
no hay que ser egoístas, que dar es mejor que recibir, que la felicidad está en
el servicio. Sin duda, muchos de ellos, son unos pobres ingenuos. Pero por otra
parte, algunos otros (los prudentes) son los maestros de la manipulación.
Aunque están
en lo cierto, no les creas del todo. Ellos usan la palabra desinterés.