lunes, 6 de enero de 2014

La soberanía reside en el individuo


Juro por mi vida y mi amor por ella, que jamás
viviré para nadie, ni exigiré que nadie viva para mí
AYN RAND


Si una corriente de opinión domina el panorama actual en el mundo, tiene que mencionarse la inclinación a vivir para los demás, a dar sin esperar nada a cambio. En fin, defender una moral que exige el sacrificio personal, como único medio para favorecer a los más necesitados para alcanzar un ideal de igualdad.

Sus exponentes elogian la cultura del desprendimiento para dar a los pobres, atacando al individuo que reclama que su vida le pertenece, que es suyo el fruto de su esfuerzo y que no tiene razón para sentirse avergonzado por disfrutar de sus logros. En pocas palabras, atacan a la cultura individualista.

No es coincidencia que muchas personas asocien al individualismo como una forma de ser egoísta, llena de vicios y ligerezas, que busca su satisfacción sin importar los daños que causa a otros, evadiendo toda responsabilidad de sus actos. Somos bombardeados por estas ideas constantemente, las cuales son difundidas por políticos y religiosos que parecen no tener nada en común a primera vista. Pero si usted ha escuchado estas ideas por socialistas y cristianos en paralelo, no es coincidencia: ambos profesan el altruismo como estilo de vida.

La cultura individualista que me propongo defender engloba las ideas del derecho a la vida, de la propiedad de uno mismo como razón del reclamo de nuestro ser, justificando el motivo de la acción humana que (parafraseando a Goethe) no es más que la búsqueda de una mejor existencia. Es legitimar el propio interés como un motivo moralmente bueno, siempre y cuando no atente contra los derechos de los demás. Sin ir muy lejos, exponer que la persona es libre para vivir su vida y esforzarse para alcanzar sus fines, tomar decisiones y ser el responsable de sus actos. Un ser humano útil que se ama y se vale por sí mismo.

Estas convicciones chocan contra la concepción de la vida defendida por los altruistas. Ellos justifican someter al fuerte al servicio del débil, al útil al servicio del inútil, para dominar como esclavo de su moral a todo aquel con más ganas de superarse y de vivir plenamente.

Convierten ese potencial en una maldición, disfrazándola de responsabilidad hacia los menos capaces, quienes justifican el acto de succionar la vitalidad de los fuertes como un derecho adquirido, dada su condición inferior llena de envidia. Un plan perfecto: que sean ellos mismos (sus conciencias) quienes se demanden por no haber servido al provecho de los inútiles, adquiriendo este deber como única legitimación válida de sus logros.

"Un hombre que se vuelve altruista es un hombre que está acabado" expone Nietzsche, quien asocia el no querer el propio bienestar a no saber lo que en realidad se quiere. Y es que no se puede refutar que el ser humano actúa, y que la acción es sinónimo de una vida que busca una mejor existencia: felicidad, paz, placer; o como se le llame según la escala de valores de cada cual.

Y en esa medida el hombre es soberano, pues nadie tiene el derecho de imponerle a otro el motivo de su existencia. Las relaciones humanas justas son aquellas que se basan en el reconocimiento del otro como dueño de sí mismo, con los mismos derechos que implican su existencia. Y es por ello que una sociedad de individuos que reconocen en la Libertad su valor supremo es moralmente superior, pues se rige por los derechos individuales y defiende la dignidad del ser humano.

Como reflexión final, querido lector, le reto a encontrar un solo acto de su vida en el cual no esté buscando su propio bienestar. No olvide incluir su paz espiritual o la felicidad eterna que le ofrecería el Paraíso.

Se podría llevar una sorpresa...


@nhcarreras