viernes, 19 de julio de 2013

Capitalismo y Justicia Social

Uno de los anhelos de las sociedades actuales es ver realizado el ideal de un mundo mejor para todos, donde se reduzca al mínimo la pobreza y todas las personas puedan llevar una vida digna. Este deseo, lleno de bondad en su esencia, se ha materializado en los discursos y planes de gobierno de muchos países, bajo una bandera que parece simbolizarlo bastante bien: la Justicia Social. Tanto es así, que la Organización de las Naciones Unidas decretó el 20 de febrero como el Día Internacional de la Justicia Social, con el fin de promover los Objetivos de Desarrollo del Milenio planteados en el año 2000.

Resulta importante destacar que el término Justicia Social fue acuñado en primer lugar por el sacerdote jesuita Luigi Taparelli en el siglo XIX, a quien se le reconoce como uno de los fundadores de la Doctrina Social de la Iglesia. Posteriormente, este término se fue popularizando hasta convertirse en uno de los lugares comunes de los movimientos de izquierda, por parte de los partidos socialistas, socialdemócratas y por la propia Iglesia Católica y los partidos socialcristianos.

Quizás una de los mejores argumentos que explican el principio de la Justicia Social se encuentra en la Doctrina Social de la Iglesia:

"Dios ha destinado la tierra y sus bienes en beneficio de todos. Esto significa que cada persona debería tener acceso al nivel de bienestar necesario para su pleno desarrollo. Este principio tiene que ser puesto en práctica según los diferentes contextos sociales y culturales y no significa que todo está a disposición de todos. El derecho de uso de los bienes de la tierra es necesario que se ejercite de una forma equitativa y ordenada, según un específico orden jurídico. Este principio tampoco excluye el derecho a la propiedad privada. No obstante, es importante no perder de vista el hecho de que la propiedad sólo es un medio, no un fin en sí misma." (Compendio de DSI, 171-84)

De este planteamiento se pueden extraer dos aspectos distintivos de la idea de Justicia Social por parte de la Iglesia Católica. El primero es que todos los seres humanos, sin distinción, son dignos de disfrutar de los bienes de la tierra, y que deberían tener a su disposición la posibilidad de disfrutar de las garantías para su pleno desarrollo como personas y, por tanto, de los medios para conseguirlo. Pero, en segundo lugar, no excluye el derecho a la propiedad privada (aunque lo limita) y se diferencia así de la visión de la izquierda radical, ya que se encuentra con la piedra de los mandamientos del "no robarás" y "no codiciarás los bienes ajenos".

Pero existe un tercer aspecto que resulta clave para entender por qué los movimientos de izquierda son los principales exponentes de la Justicia Social. Ello radica en el argumento que atribuye la creciente desigualdad social al sistema capitalista, el cual lo catalogan como enemigo del ideal en cuestión. La desigualdad social, dicen, es motivo de descontento por parte de los sectores menos privilegiados, y este descontento se materializa en el anhelo de lograr la Justicia Social.

He aquí un cambio fundamental. Si bien la Justicia Social se concibe como un anhelo de condiciones de vida digna para todos, a su vez pretende una eliminación de la brecha entre las personas más adineradas y el resto de los individuos con menores recursos. Ello se debe a una falsa concepción de la economía como un Juego de Suma Cero. Según esta visión, las personas ricas lo son únicamente a expensas de los pobres, quienes alegan que están siendo explotados. Por esta razón, la Justicia Social encarna una función de redistribución de la riqueza, a través de la cual se le quitaría a los ricos para lograr el bienestar en las condiciones de vida de los pobres.

Se plantea entonces la siguiente pregunta: ¿Combatir la pobreza es lo mismo que combatir la desigualdad? Sin duda, cualquier persona que haya tenido un acercamiento a la idea de creación de riqueza podrá inferir que algo no cuadra. Si la riqueza puede crearse, entonces no es una cuestión de quitarle a unos para darle a otros, sino que una persona puede llegar a adquirir riqueza sin haberle quitado a otra persona algo que no tenía en primer lugar. Así, cuando un emprendedor monta un negocio con su propio esfuerzo y con el fruto de su trabajo, no le tuvo que robar el negocio a otro comerciante. Al contrario, este emprendedor exitoso ahora obtiene su riqueza cuando satisface las demandas de sus consumidores, al proveerlos de un beneficio al que antes no tenían acceso. De esta forma, las personas están dispuestas a pagarle al comerciante una suma de dinero a cambio del servicio que les ofrece; y, siendo un intercambio libre y voluntario, ambas partes ganan. Este hecho explica claramente la idea de que la economía no es un Juego de Suma Cero, y que pueden formarse relaciones ganar-ganar donde ambas partes son más ricas que antes: el comerciante gana dinero y los consumidores ganan un servicio que antes no disponían y por el cual están dispuestos a pagar. El mismo ejemplo podría plantearse con los trabajadores de este nuevo negocio, que ahora tienen acceso a un nuevo empleo cuando antes no existía, y están dispuestos a trabajar para ganar un salario que les aporta mayores beneficios que la actividad que ejercían anteriormente.

Al ser así ¿Qué importa que unos se hagan mucho más ricos que otros cuando, al mismo tiempo, les proveen a las demás personas de los medios para incrementar su calidad de vida, sin haberles quitado nada previamente? ¿Es algo condenable la desigualdad producto de este proceso? No sería lógico pensarlo. Lo condenable sigue siendo, en tal caso, que unos ganen riqueza a expensas de otros. Y esta es justamente la medida que proponen los movimientos de izquierda para la realización de la Justicia Social: la redistribución de la riqueza. A través de la intervención del Estado, forzar a los ricos a pagar más y más impuestos para entregárselos a los más pobres, siempre bajo la égida de la justicia y la dignidad humana.

Lo que ya no cuadra, es que esta sea la mejor forma para combatir la pobreza, tomando en cuenta el fracaso del modelo del Estado de Bienestar en Europa y las crecientes protestas que lo acompañan. Este argumento se sustenta en el gran incremento de la calidad de vida en los Estados Unidos desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX. El sistema capitalista de libre mercado permitió un crecimiento en la economía que resultó en nueva oferta de bienes y servicios y en el abaratamiento de los costos de los bienes de consumo y, además, en la exponencial mejoría en los indicadores de salud pública y calidad de vida. Es decir, no solo se hizo más fácil comprar los bienes para la vida diaria y un enorme grupo de personas pudo tener acceso a ellos, sino que, por citar algunos casos, indicadores como la mortalidad infantil cayeron de 217.4 vidas por cada 1000 nacimientos vivos en 1850, a 120.2 en 1900, y hasta 100 en 1920. De forma similar, la expectativa de vida aumentó de 38.9 años en 1850, a 49.6 en 1900, hasta sobre los 60 años en 1920.1 Es decir, el capitalismo logró, en menos de un siglo, incrementar la calidad de vida de una sociedad como nunca antes en la historia humana. ¿Por qué, entonces, se lo cataloga como el enemigo de la Justicia Social? Quizás, porque a pesar de ser el mejor sistema para incrementar la calidad de vida de todas las personas, no lo es para reducir la brecha entre los ricos y el resto de la sociedad.

Esto plantea un cambio de paradigma. Citando a F.A. Hayek: "Debemos aprender a dirigir otra vez todos nuestros recursos a donde mejor contribuyan a que todos seamos más ricos". Para ello, es esencial entender la diferencia entre pobreza y desigualdad; y teniendo conciencia de que los recursos son escasos y las necesidades humanas son ilimitadas, convenir en combatir la primera con mayor vehemencia que la segunda, usando las lecciones de la historia que demuestran las virtudes del capitalismo como el mejor sistema para lograr el aumento de la calidad de vida de todos los hombres sin discriminación.

Se lograría, así, el ideal de Justicia Social desde un nuevo enfoque: la Libertad.

@nhcarreras


1 Kaiser, A. (2012). Interventionism and Misery: 1929-2008. USA. 231pp.